Estoy un poco retrasada, lo sé... Y bué...
El Viernes 16, continuando con las celebraciones de cumpleaños del Señor Champa, partimos rumbo a Bialet Massé, nuestro viejo santuario, nuestro refugio, nuestro lugar sagrado de desenchufe y recarga de pilas...
Ibamos a salir temprano. Bah, los chicos tenían la intención de salir temprano, yo no, jajaja, siendo que la noche anterior habíamos “trasnochado” un poco.
Una vez en la ruta de tierra, yo estaba re desubicada, no tenía la menor idea de por dónde ir. Es que siempre me indicaron el camino. Y las referencias que había están irreconocibles!
Las sierras están bellísimas. Eso ya se los dije... Te llenan el corazón de paz y alegría. Te dejan la boca abierta con su imponencia, su vastedad.
Y Bialet Massé siempre fue nuestro santuario...
Llegamos al atardecer. Y estaba nublado, así que casi no había luz. Finiquitados todos los procedimientos de inauguración (abrir la puerta te toma unos 15 minutos, encender la heladera, otros 10) nos sentamos a hacer lo que habíamos ido a hacer: estar al reverendo pedo!
Hacía frío, bastante frío, impropio de la fecha. Pero hoy en día...
Esa noche decretamos hamburguesas a la sartén porque afuera helaba. Y después de la cena, un partido de cartas (nuestra bien amada “Escoba de 15”) hasta las cuatro de la mañana.
“Ir a dormir” siempre significó quedarnos por lo menos una hora más charlando, sólo que acostados. Esta vez no fue la excepción. El problema es que la vela que prevenía que Analía y yo entremos en pánico, se extinguió antes que nuestra vigilia. Y el pobre Jeremías tuvo que levantarse a tientas a buscar un reemplazo...
No amanecimos temprano, pero así y todo hacia un día más que espectacular. No había ni una sola nube en el cielo, que con la lluvia del día anterior estaba de un azul fantabuloso. El paisaje que tantas, pero tantas veces habíamos mirado, una vez más nos dejaba sin habla... Conocíamos de memoria cada pliegue, cada arbusto, cada perfil. Y sin embargo, ahí estábamos una vez más sorprendidos de tanta belleza.
Menú para el mediodía?? El obvio!! Asadito!! El “asador” de turno era el Jere, que según dijo, tenía la meta de sobrepasar a nuestro antiguo asador, Berni, que ahora andaba comiendo saltamontes y chiles. La verdad es que a Jeremías no le falta mucho. Le salió sublime. O tal vez eran las tremendas ganas de asado...
Toda la tarde la dedicamos a rascarnos el pupo, jugar a las cartas, charlar, quedarnos en silencio, tirarnos al solcito, charlar un poco más, mirar el paisaje, y cosas así.
A la tarde llamó la Magui, por suerte la habíamos convencido de que vaya. Había que ir a buscarla abajo, a la ruta, así que mandamos al único que nunca se queja cuando hay que manejar vehículos...
Llegaron al rato con más fernet, y una picada que llevó Magui.
El menú de la noche le tocaba al Champa. Está incursionando en las pizzas a la parrilla y aprovecha cada oportunidad de practicar.
Trasladamos la mesa al lado de la parrilla, el calorcito de las brasas estaba muy acogedor. Después de comer nos mudamos adentro, armamos un jueguito de cartas, y terminamos con el juego preferido del Champa: el Tutti Frutti. No le fue tan mal, e incluso se comportó bastante, sólo le pegó a la mesa dos veces. Aunque inventó algunas palabras nuevas que entraran en Wikipedia en breve... :P
Entre tuttis y fruttis, nos acostamos como a las cinco y media de la mañana. Y nos levantamos con el sol hacia el oeste, jejeje.
El Viernes 16, continuando con las celebraciones de cumpleaños del Señor Champa, partimos rumbo a Bialet Massé, nuestro viejo santuario, nuestro refugio, nuestro lugar sagrado de desenchufe y recarga de pilas...
Ibamos a salir temprano. Bah, los chicos tenían la intención de salir temprano, yo no, jajaja, siendo que la noche anterior habíamos “trasnochado” un poco.
Una vez en la ruta de tierra, yo estaba re desubicada, no tenía la menor idea de por dónde ir. Es que siempre me indicaron el camino. Y las referencias que había están irreconocibles!
Las sierras están bellísimas. Eso ya se los dije... Te llenan el corazón de paz y alegría. Te dejan la boca abierta con su imponencia, su vastedad.
Y Bialet Massé siempre fue nuestro santuario...
Llegamos al atardecer. Y estaba nublado, así que casi no había luz. Finiquitados todos los procedimientos de inauguración (abrir la puerta te toma unos 15 minutos, encender la heladera, otros 10) nos sentamos a hacer lo que habíamos ido a hacer: estar al reverendo pedo!
Hacía frío, bastante frío, impropio de la fecha. Pero hoy en día...
Esa noche decretamos hamburguesas a la sartén porque afuera helaba. Y después de la cena, un partido de cartas (nuestra bien amada “Escoba de 15”) hasta las cuatro de la mañana.
“Ir a dormir” siempre significó quedarnos por lo menos una hora más charlando, sólo que acostados. Esta vez no fue la excepción. El problema es que la vela que prevenía que Analía y yo entremos en pánico, se extinguió antes que nuestra vigilia. Y el pobre Jeremías tuvo que levantarse a tientas a buscar un reemplazo...
No amanecimos temprano, pero así y todo hacia un día más que espectacular. No había ni una sola nube en el cielo, que con la lluvia del día anterior estaba de un azul fantabuloso. El paisaje que tantas, pero tantas veces habíamos mirado, una vez más nos dejaba sin habla... Conocíamos de memoria cada pliegue, cada arbusto, cada perfil. Y sin embargo, ahí estábamos una vez más sorprendidos de tanta belleza.
Menú para el mediodía?? El obvio!! Asadito!! El “asador” de turno era el Jere, que según dijo, tenía la meta de sobrepasar a nuestro antiguo asador, Berni, que ahora andaba comiendo saltamontes y chiles. La verdad es que a Jeremías no le falta mucho. Le salió sublime. O tal vez eran las tremendas ganas de asado...
Toda la tarde la dedicamos a rascarnos el pupo, jugar a las cartas, charlar, quedarnos en silencio, tirarnos al solcito, charlar un poco más, mirar el paisaje, y cosas así.
A la tarde llamó la Magui, por suerte la habíamos convencido de que vaya. Había que ir a buscarla abajo, a la ruta, así que mandamos al único que nunca se queja cuando hay que manejar vehículos...
Llegaron al rato con más fernet, y una picada que llevó Magui.
El menú de la noche le tocaba al Champa. Está incursionando en las pizzas a la parrilla y aprovecha cada oportunidad de practicar.
Trasladamos la mesa al lado de la parrilla, el calorcito de las brasas estaba muy acogedor. Después de comer nos mudamos adentro, armamos un jueguito de cartas, y terminamos con el juego preferido del Champa: el Tutti Frutti. No le fue tan mal, e incluso se comportó bastante, sólo le pegó a la mesa dos veces. Aunque inventó algunas palabras nuevas que entraran en Wikipedia en breve... :P
Entre tuttis y fruttis, nos acostamos como a las cinco y media de la mañana. Y nos levantamos con el sol hacia el oeste, jejeje.
Mientras el Jere se mandaba otro asadito, las chicas nos escapamos al río. Estaba precioso. El agua no estaba ni transparente, ni celeste, ni marrón. Estaba dorada. Y para nada fría. Suponíamos que los chicos nos iban a pegar el grito cuando esté listo el asado. Pero Analía de vez en cuando vigilaba si salía humo de la chimenea, jeje.
Mientras tanto, chapoteabamos en el arroyo y nos tirábamos a charlar sobre las piedras. Luego de un tiempo prudente, volvimos a la casa y el asado estaba casi listo. Y delicioso.
Y después... a seguir rascándonos el pupo!! La verdad es que siempre el día de la vuelta fue el más perezoso. Una vez allá, no dan ganas de empacar y volver. No es divertido.
Fuimos haciendo todo de a poco, lentamente, como para no salir a las apuradas y poder quedarnos un poquito más.
Y una vez que teníamos todo listo, todo empacado, todo subido al auto y todo limpio, nos sentamos en la galería, a disfrutar de una picadita con fernet, mientras el sol se ponía allá lejos, en Los Gigantes...
Y con el sol, se fue otro fin de semana que estará recordaré por siempre, porque recuerdo todas y cada una de las veces que fui a esa casa... Y siempre fue especial, siempre será nuestro santuario...